Voy a darle de comer a Cabrito. Hice barro cuando le cambié el agua y es justo frente a ese charco que lo espero. Él se acerca despacio, rodeando "la cosa", pisando con suma suavidad. Me da ternura, y mucha gracia verlo así, con sigilo felino. "¡Cabrito, no seas tan delicado! ¡Sos un perro!" Obediente pisa con fuerza el agua y las pintas marrones explotan en mi ropa y cara.
Ahora sí me estoy riendo fuerte de mi propia torpeza. En voz alta le agradezco -otra vez- su lección, su delicadeza animal.
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