En su alegría de acertar, reconozco su recién estrenada conciencia de las variaciones de la luz, la confianza en que todo lo que existe en la oscuridad es real aunque no se pueda ver: la luna que a veces es redonda, la lechuza que llama al silencio y lo rompe, el aprendizaje de las excepciones que se multiplican como la oscuridad.
Con su pequeño himno, acelera los movimientos de mi nostalgia. Me dividido en dos tiempos simultáneos, gozo y sufro, soy la que añora el presente y sus dones: la inocencia que rozo con la punta de los dedos, el despliegue infinito de ternura, las estelas de una lengua que se extingue (¡adiós, amado "púlpulo"!), la sensibilidad musical que luego de oír un poema sabe pedir: ¿me lo cantas otra vez?
Su sorpresa ante la repetición me recuerda que siempre esperé lo extraordinario. Y mientras tanto...
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